Javier Milei tiene sus culpables sobre la mala hora cambiaria que sacude los mercados de este fin de julio y principio de agosto. Más allá del clásico “los Kukas” (un señalamiento bastante fácil) y el más actual dardo destinado a la vicepresidenta Victoria Villarruel, hay otro norte de señalamiento de culpabilidades sobre la responsabilidad de la suba del 14% solo en julio, lo que derivó en la tercera corrida cambiaria del gobierno libertario. Para Milei no hay dudas. Hay bancos conspirando. Y no únicamente entidades financieras. Para la visión oficial, hay integrantes del círculo rojo detrás. Aquellos que consideran que el tipo de cambio está atrasado, que la Argentina no es competitiva, que la velocidad de contracción de los costos internos es demasiado lenta y que, en definitiva, hay que recurrir a la acción cambiaria para modificar una realidad. La que, por otro lado, a un dólar cercano a 1.380 o 1.400 pesos, es la cotización más alta para que la economía real argentina funcione. En el sentido de reducción de mejora de la competitividad contra competidores del exterior, y encarecimiento de las importaciones. Y para provocar una acción directa, todas las fuerzas negativas privadas se encapsularon en la misma posición demandante de divisas, provocando una reacción en cadena en el mercado cambiario oficial que llevó la cotización del dólar de mitad de tabla para arriba. Casi cerca del campeonato de un dólar a 1.450 (tope de gama de la banda superior calculada a agosto), un nivel de Champions League.
Lo dijo Milei con claridad en el streaming del jueves por la noche conducido por Alejandro Fantino. “Sabíamos que iban a venir a hacer daño, esto a nosotros no nos sorprende, iban a buscar romper porque es lo único que tienen”, dijo el Presidente casi de madrugada. Minutos después recordó que los bancos ahora tienen que trabajar “de bancos”, porque el Estado no toma más los pesos circulantes para cubrir el clásico déficit fiscal, lo que los pone nerviosos y proclives a actitudes semigolpistas para volver a lo anterior.
Unas horas antes fueron el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, y el titular del Banco Central, Santiago Bausilli, los que hablaron del tema en otro streaming, pero dieron otra versión. Según el ministro, el dólar subía porque en los últimos 35 días el Ministerio de Economía había comprado dólares con fondos de superávit fiscal, lo que potenció la demanda. Unos minutos después, en el mismo ámbito, Bausilli habló de la compra de dólares por parte de bancos extranjeros (no son señalados como los golpistas) para cerrar órdenes provenientes de las casas matrices, donde se los obligaba a terminar julio protegidos por el dólar. Todo esto siguiendo los consejos del 27 de junio de alguien que la vio: el ya famoso informe del JP Morgan que recomendaba salir de las letras y volver a los dólares hasta que las incertidumbres cambiarias y políticas de la Argentina se despejaran. Esto sería, después de las elecciones legislativas del 26 de octubre.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
En realidad, lo que ocurrió la semana pasada podría ser algo más simple de explicar. Y muy técnico. El Gobierno decidió terminar con la operatoria de las letras Lefis, las Letras Fiscales de Liquidez, un instrumento financiero creado en 2024 por el Tesoro Nacional argentino para sanear el balance del Banco Central y administrar la liquidez del sistema bancario. Y que, desde el oficialismo, se las veía últimamente como un instrumento de presión de las entidades financieras locales para sostener la demanda de pesos. Los bancos pedían un instrumento que reemplace esta letra, y que no les provoque perder potencialidad ganadora. En definitiva, son bancos, no ONG. Ni fundaciones. Sin embargo, no hubo acuerdo entre las entidades financieras y la conducción económica, que se puso firme entre el lunes y el martes y cerró la canilla de las tasas voladoras al alza. Los bancos, simplemente, le hicieron caso al JP Morgan. Y se fueron al dólar. Aun pagando caro. Cero golpismo. Solo 100% especulación, condimento imprescindible de cualquier mercado de capitales de países con aspiraciones a ser en desarrollo. Nada personal contra Milei, Caputo, Bausilli y el resto del equipo económico.
No lo interpretó así el Presidente, que sigue ubicando a los bancos y a los principales referentes de los industriales argentinos como el círculo rojo que siempre lo combatió, nunca lo entendió, y que, cada tanto, quiere arrancarle decisiones a fuerza de presiones. A veces, cambiarias, como la semana pasada, Y otras, con otros mecanismos político-financieros, como avalar el paquete fiscal que el Senado aprobó, Milei vetó y ahora volverá a debatirse en el Congreso Nacional.
La embestida cambiaria no fue la única trifulca con el círculo rojo que apareció la semana pasada. No gustó en el Gobierno el dato sobre que los privados no aumentaron la demanda laboral en blanco y que, más bien, esta se mantuvo estancada. Esto pese a que en la ley Bases II se instrumentó un nuevo mecanismo de ampliación de los períodos de prueba y se redujeron lo máximo posible las consecuencias de las demandas laborales. Según la reflexión presidencial, los empresarios nacionales no aprovecharon el esfuerzo político que hizo el oficialismo a comienzo de año para que este capítulo de la reforma laboral sea incorporada en Bases II, lo que complicó las áreas sociales del plan económico.
Nada nuevo en realidad. Milei desconfía de este círculo rojo desde abril del 2023, cuando en la incipiente campaña fue invitado al autodenominado Foro del Llao Llao. En medio del imponente hotel construido por Bustillo en Bariloche, y donde una vez por año la selección de empresarios más importantes del país se reúne a reflexionar y escuchar a los políticos dar examen, Milei llegó con traje de ganador y se enfrentó a personajes como Eduardo Elsztain, Marcos Bulgheroni, Marcos Galperin, Carlos Miguens, Federico Braun y Martín Migoya. Allí ensayó por primera vez alguna explicación sobre sus planes dolarizadores y de demolición del Banco Central, recibiendo, con sorpresa para él, cierta frialdad ante el avance de su relato, y finalmente complicadas preguntas sobre un tema clave que hoy sigue teniendo actualidad: cómo implementará tamañas hazañas macroeconómicas sin mayorías políticas cercanas. Desde ese momento, los mayores empresarios del país (ante quienes había dado durante casi una década innumerables charlas) fueron calificados por el libertario como parte de “la casta”. Y, en consecuencia, material a calificar de enemigos. Así lo hizo. Al punto de organizar hasta una contracumbre de IDEA, boicoteando al tradicional evento de ese año electoral de Mar del Plata.
Nada mejoró desde que Milei llegó a la Casa Rosada. Desde el primer día sostiene el jefe de Estado que los principales empresarios del país que producen alimentos, bebidas y bienes de consumo masivo lo traicionaron en su confianza e incrementaron los precios de sus productos calculando un valor del dólar a 2 mil pesos a abril de 2024. Y que para mitad del primer año de gestión, el valor de la divisa debería haber llegado a los 3 mil pesos. Como esa proyección no sucedió, los culpaba de las dos corridas cambiarias del año pasado, la de febrero y junio de 2024. Sospecha Milei que en aquellos días, gran parte de ese círculo rojo ejecutaba una práctica común en tiempos del kirchnerismo puro y duro: adelantarse a futuras corridas financieras, cambiarias y monetarias, imponer precios especulativos varios para tiempos próximos y salvar sus cajas contables hacia delante. Es lo que en algún momento fue denominado el pricing punk. O una estrategia de precios bajo el criterio de que no hay un mañana, y que todo lo que se pueda ganar especulando con tiempos peores, mejor hacerlo lo antes posible.
Dicho de otra manera, los empresarios que calcularon ese nivel de devaluación con su inflación inevitable directamente no creían en que Milei podría haber tenido algún tipo de éxito en su gestión. O al menos así lo vivió Milei personalmente. Al ver los precios de los alimentos subir más que la inflación proyectada y comprobar que ahora tienen algún atisbo de disminución, el jefe de Estado vivió una especie de defraudación profunda. Mucho más que un “no la ven”, como los definió alguna vez el propio Milei en una entrevista pública. Una real confirmación de lo que siempre sospechó y él mismo creyó. Y continúa creyendo.
Que no confían en él. Y que actúan en consecuencia. Y que fueron al comienzo de su gestión parte del problema. Casi de una conspiración. Una conspiración punk. La misma sensación sintió en los últimos quince días con otro sector clave en su política económica. La decisión personal de obligar a retrotraer los valores de la medicina prepaga a niveles casi de su llegada a la Casa Rosada lo hizo reflexionar duramente sobre sí mismo y su credibilidad sobre la necesidad ideológica de desregular y liberar mercados para que sea la mano invisible la que coloque los precios en sus lugares de equilibrio.