Los días vienen de serie. Abrigos de temporadas anteriores. Episodios fríos. Tramas que no se resuelven. Nada para contar que no hayas visto antes. Cada tanto toca apagar adentro. Mirar las consecuencias afuera. Tener compasión. Servir para algo. Acompañar esa cierta pena. La tristeza que callamos. Tampoco es que haya mucho más para decir. Mejor un abrazo si se da. Quedarnos un rato así. Todo el tiempo que se pueda. Sin más que hacer. Al calor de los cuerpos.
La memoria es una sala de espera. Recuerdos sin turno aguardan ser llamados. El 3 de noviembre de 1995, a las nueve menos cinco de la mañana, explotó la fábrica militar en Río Tercero, Córdoba. Siete muertos, trescientos heridos, barrios bajo escombros. La detonación fue provocada para encubrir pruebas del contrabando de armas. Diecinueve años después, el expresidente Carlos Menem, acusado de ser el “autor mediato”, iba a ser juzgado. Murió impune diez días antes.
La semana que viene, cuando se estrene la serie sobre la vida de Menem, “basada en hechos reales”, la ficción justificará las críticas a su relato sesgado. Pero esa versión maquillada del personaje que interpreta Leonardo Sbaraglia será la que quede. Río Tercero declaró “persona no grata” a Menem. La ciudad no adhirió al duelo por su muerte. ¿A qué viene esto? ¿A quién le importa ahora el recuerdo de las víctimas?
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Morir hace perfecto al crimen. Le pasó también a Néstor Kirchner. Ya se verá en alguna serie futura, basada en hechos reales, qué él no tenía nada que ver con Daniel Muñoz, el secretario acusado de ser su testaferro. Unas líneas blancas sobre fondo negro al pie de la imagen van a aclarar en ese pasaje del documental que el testimonio de Muñoz, imprescindible para saber de quién eran los casi cien millones de dólares que invirtió en bienes muebles, tierras, paraísos fiscales, fue imposible de registrar porque estaba muerto. Cristina no los quiso recibir. Máximo no sabe cómo llegaron más de 400 millones a su cuenta de banco.
En vida por ahí no sale soñado. Hay que llegar, mantenerse en el Congreso, ministerios, sindicatos, empresas contratistas del Estado. Puestos donde se deciden coimas, sobreprecios, sobornos, quién sí entra en el negocio, a quién no se le hace un favor. Hoy cualquiera anota todo en un cuaderno, saca fotos, hace videos. Nunca falta una cámara de seguridad que te muestra a un José López, secretario de Obras Públicas, armado con una ametralladora, llevando a las dos de la mañana nueve millones de dólares para depositar en un convento.
En relación con el tamaño del saqueo, con la cantidad que se puede robar, con los años que les llevó a jueces, fiscales, probar, condenar, el riesgo sigue siendo bajo. Son muy pocos los que cayeron. De Vido, Báez, Ricardo Jaime, López, Cristina, quizá un par más. Ningún empresario ni dirigente sindical. Otros, como Boudou, ya salieron. De última, siempre habrá un discurso que encubra todo.
En alta voz, conmovidos, emocionados, dirán que todo fue por la patria, los compañeros, los trabajadores. Por la soberanía energética, gritará Kicillof, para explicar los dieciséis mil millones de dólares de deuda que le embocó al país. Saludan, cantan el Himno con la mano en el pecho, lagrimean, agradecen, zafan. El único juicio que les importa es el de la historia que se cuentan. La que alguna vez esperan ver en una serie sobre sus vidas. Cuando eso ocurra, el crimen será perfecto.
Mientras tanto, en la tuya, cada día se repite la misma escena. Dormitorio casi a oscuras. Suena la alarma del móvil. Por el hueco de una pila de frazadas asoma un brazo. La mano tantea en la mesa de luz. En la pantalla encendida se ve la hora. El brazo se retrae. La mano fría se enfunda como un arma contra la piel del muslo encogido. Desde el lado opuesto de la cama otro brazo, otra mano, golpea en la espalda, empuja, ordena. Las cobijas se alzan, vuelan. Ahí vas. Descalzo. Aterido. Los ojos a medio abrir. Sos el del espejo.
La realidad que apagaste anoche se reinicia.
*Escritor y periodista.