Lanús tiene algo especial con la Copa Sudamericana, de la que fue campeón en 2013 y subcampeón en la edición de 2020. Hay evidentemente una mística con este certamen, que hace que el equipo dé un plus enorme. De otro modo no se explica cómo de repente se transformó en un equipo serio que se planta en el mítico Mineirao y juega como si estuviera en su casa.
El equipo de Ricardo Zielinski jugó un buen partido en Belo Horizonte y se llevó de Brasil un empate con sabor a triunfo. Y a pesar de que acumula 10 encuentros sin ganar, este 1-1 le da una inyección anímica importante para encarar la revancha del miércoles próximo en su estadio La Fortaleza.
Con muchas bajas, entre lesiones y suspensiones y acompañado por 2.500 hinchas -golpeados en la previa por la muerte de uno de ellos-, Lanús no se dejó estremecer por la magnitud del estadio, donde había casi 60 mil personas, ni por la presión de Cruzeiro, al que le planteó un encuentro de igual a igual. Hasta enmudeció a los fanáticos azules en el tramo final del partido.
Lanús armó una fortaleza, edificada de manera sencilla, con un clásico 4-4-2, mucho orden y una gran disciplina para coordinar los movimientos y cubrir todo el ancho de la cancha. Con esa fórmula, el Granate no había sufrido durante todo el primer tiempo. Y quedó evidenciado con la reacción en el entretiempo de los hinchas de Cruzeiro, que colmaron el Mineirao, a puro canto, estruendo y mucho humo de la gran cantidad de bengalas que encendieron, lo que demoró el inicio del encuentro y obligó a un parate durante el segundo tiempo, que fue clave para la remontada del ‘Granate’.
Cuando el árbitro uruguayo Andrés Matonte pitó el final de la primera mitad, los “torcedores” vestidos de azul silbaron a sus jugadores. Esa pareció ser la alarma del despertador para los futbolistas locales, que apenas habían inquietado a Losada con un fuerte remate de afuera del área que se fue apenas desviado.
Sin embargo, en el complemento, Cruzeiro salió más decidido y en la primera acción de riesgo que tuvo, concretó. Tras una segunda jugada de una pelota parada, un remate de Mateus Vital, y un rebote largo de Losada, el goleador Kaio Jorge mandó la pelota a la red.
Lejos de amilanarse, Lanús siguió metido en el partido. Había convertido en el primer tiempo a través de Walter Bou pero cobraron una posición adelantada milimétrica de Peña Biafore, en el inicio de la jugada.
Y para buscar el empate, el equipo de Zielinski empezó a soltarse. Sabía que si lo atacaba podía lastimarlo a Cruzeiro, que no daba muchas garantías en defensa. De hecho, el experimentado Cassio lo salvó un par de veces. Hasta que Marcelino Moreno ejecutó magistralmente un corner y Ramiro Carrera estampó la merecida igualdad con un potente cabezazo.
Lo que siguió fue un Lanús parado en campo rival buscando el segundo gol y retrocediendo cuando Cruzeiro tenía la pelota pero sin meterse atrás. Fue compacto entre sus líneas. Para sostenerlo, hubo un buen trabajo del doble cinco, conformado entre Peña Biafore y Boggio. También, de los que fueron por afuera. Y mucha generosidad de todos los futbolistas para dar todo en cada pelota.
El silencio en las tribunas de Cruzeiro era un síntoma de lo que sus jugadores mostraban en la cancha. En vez de envalentonarse con el gol que abrió el marcador, sucedió todo lo contrario. Su juego involucionó. Fernando Diniz, campeón el año pasado de la Libertadores con Fluminense, todavía no pudo darle su impronta. Lleva apenas un mes como entrenador. Y sus jugadores terminaron tirando centros -descolgados por Losada- de modo desesperado para buscar un triunfo que nunca llegó y que lo deja obligado de cara a la revancha. Terminaron -otra vez- silbados por su público.
Lanús, por su parte, se fue con la sensación de que dio un paso importante para ir en búsqueda de su tercera final de la Sudamericana, esa Copa por la que siente cosas especiales.