Con solo cuatro años, Gabriela Parigi (39) se inició en el mundo de la gimnasia artística. A los seis ya estaba federada y desde los ocho y hasta los 19 integró la Selección Argentina. Su último año decidió tomarlo a modo de despedida para disfrutar del deporte con otra perspectiva, sin competir, mientras había comenzado a desempeñarse como entrenadora. Sin embargo, una lesión “muy tremenda” en la columna la alejó de los gimnasios. “Siento que mi cuerpo tomó eso como una escapatoria”, apunta Parigi en diálogo con LA NACIÓN.
Fue de la mano del circo contemporáneo y las artes escénicas que encontró su verdadera esencia. Estudió la carrera de formación profesional en la escuela de circo La Arena y en el Centre des Arts du Cirque Le Lido, en Toulouse, Francia; creó EUREKA-Laboratorio Escénico de Circo Contemporáneo, donde se desempeña como directora pedagógica; integró diversos espectáculos y en 2019 se planteó el desafío de hacer un unipersonal. Así, de la mano de su amiga Florencia Micha nació Consagrada, el fracaso del éxito, un biodrama que parte de su historia personal y universaliza temas como el sacrificio, la meritocracia, la lógica de la competencia, la salud mental y el abuso de poder. En tono de tragicomedia, la obra, que estrenó en septiembre de 2021 y continúa en la actualidad, cruza los lenguajes de la acrobacia, la danza, el teatro físico y el teatro de texto.
“Consagrada viene a mostrar el lado B, lo oculto en el camino de la consagración, todos esos padecimientos que en algún punto creo que la sociedad sabe que están, pero se queda en el recorte del éxito. Y también viene a desempolvar y a poner en movimiento que muchos deportistas de alto rendimiento lograron un montón de cosas pero quedaron muy rotos en el camino, con muchos temas de salud mental y cuestiones físicas”, reflexiona la artista antes de la función número 101 de la obra, que el miércoles 22 llegó por primera vez a un teatro de la calle Corrientes, el Metropolitan.
-¿Qué tan importante era para vos que la obra trascendiera tu historia personal?
-Para nosotros fue súper importante partir de mi historia personal, pero ficcionalizarla y universalizarla. Queríamos que no quedara en la endogamia, en alguien que solo hizo deporte, o solo hizo gimnasia artística, o, no sé, se crio en los 90. Yo no importo, solo soy una plataforma, y no pretendo evangelizar sino plantear preguntas. Estas cosas pasan y pasaron. Entonces, ¿qué hacemos como sociedad? Hay algo de la lógica productivista del alto rendimiento que hoy sigue siendo igual, pero quizás está actualizada de forma diferente. Por ejemplo, en mi época no existían las redes sociales. Entonces, el odio que sufrió Delfina Pignatiello yo no lo viví. Pero quizás viví otro tipo de cosas que hoy ya no operan tanto en los medios.
-En la obra mostrás un video con fragmentos de reportajes que te hicieron cuando eras chica, donde te preguntaban si soñabas con casarte y formar una familia, o si te tentabas con helado durante tu preparación física. ¿Entendías a esa edad lo que te estaban preguntando?
-Yo podría decir cosas a las cuales llego hoy en día y también como madre. Tengo 39 años, un hijo de ocho, soy docente. Consagrada nace después de 16 años de dedicarme a la gimnasia artística y otros 16 años de teatro. Hay ciertas cosas que me doy cuenta que me hacían mucho ruido, me incomodaban, que entendía que no estaban bien, pero yo respondía lo que había que responder, lo que estaba completamente naturalizado y legitimado por el relato social y cultural de ese momento. Lo mismo con mi familia, hoy hablamos mucho de eso y mis viejos a veces se agarran la cabeza y dicen: “¿Cómo podíamos permitir esas cosas?”.
-¿Por ejemplo?
-El tema del peso, cómo nos exigían desde un lugar que nunca alcanzaba, siempre se pedía un poquito más. Para no entrar en mega detalles, te diría que es la lógica del sacrificio por el sacrificio, que si no duele… Lo estoy exacerbando, no digo que todos mis entrenadores hayan sido así, pero había una trama profunda de valoración o celebración de dejar algo en pos de. El dolor como una ofrenda.
Algo que me resulta interesante y que me cayó la ficha más en la actualidad, es que el sistema es muy complejo. Yo entendía que había cosas que no las tenía que contar, que tenían que quedar adentro del gimnasio, y no es que me decían “esto no lo cuentes en tu casa”. Por eso es muy interesante el documental Atleta A en Netflix. Si bien habla de los abusos, lo que devela es la maquinaria que permite que una aberración así quede tan fácilmente (entre comillas, no estoy haciendo una disminución del hecho) tapada por el medio, que haya que romper tanta cadena y mover tanta estantería para denunciar algo tremendamente corrido. Las prácticas abusivas no son solo sexuales, también hay abuso a la salud mental, a la integridad física, a los Derechos del Niño. Yo empecé a los cuatro años en la gimnasia.
-Eras muy chica…
-Llegué a la gimnasia y para mí era un juego. Cuando me quise dar cuenta, al año estaba federada. Cuando llega alguien con ciertas facilidades, hay entrenadores que lo detectan e invitan de una manera muy seductora a las familias a entrar al equipo. De golpe representé al país. O sea, yo era “la gimnasta” en mis grupos sociales. Cuando dejé de competir y dejé de ser la deportista nacional que representaba a la bandera, tuve que atravesar un duelo identitario muy fuerte. Yo tenía como si te dijera un espacio simbólico de cierto privilegio en la sociedad, esta cosa del nombre, el título, la consagración.
-Justamente la obra se titula Consagrada, el fracaso del éxito.
-Hoy en día amo la lógica del fracaso, soy fan. Pero en ese momento, como gimnasta, era todo efímero, te daban la medalla y enseguida lo que importaba era la zanahoria siguiente. Es fuerte decir que nunca alcanza, a mí no me interesa ocupar un lugar de victimización, la obra no toca esa fibra sino todo lo contrario, lo pone en lenguaje de tragicomedia. También, no es algo que pase solamente en el alto rendimiento. Por eso lo importante de la universalización de estas temáticas, porque todos estamos atravesados por la lógica del alto rendimiento en el laburo, en la sociedad, la meritocracia, la competencia, la lógica del podio.
-¿Qué queda de la gimnasta y de qué te pudiste deshacer?
-Soy una loca del trabajo, re terca, súper meticulosa, detallista, constante, ordenada. Hay un montón de otras cosas que habito para seguir prestándoles mucha atención y que no se me den vuelta y me dominen. Después, hay algo de la exigencia que es el gran tema, el gran karma, porque crecí con el relato en donde me aplaudían y legitimaban lo autoexigente que era y lo adulta que era en esa niñita, porque yo viajaba sola, entrenaba ocho horas por día, me iba bárbaro en el colegio.
-¿Hiciste mucha terapia después de dejar el deporte?
-Sí. En la época que estaba terminando como gimnasta y a la vez era entrenadora, me acuerdo que un día le dije a mi vieja que quería empezar terapia. Mi familia siempre fue del psicoanálisis, no me era algo tan ajeno. Le dije: “Siento que necesito herramientas para pensar algunas cosas mejor”. Tenía tremendos fantasmas adentro, pero se ve que no los podía asumir. Hice dos sesiones y empezaron a salir unas cosas tremendas. Fue una época muy dolorosa, muy movilizante, estuve con ataques de ansiedad. Mi sensación fue que cuando abrí el placard, empecé a tomar conciencia y empecé a nombrar un montón de cosas que eran re tumbadoras. Se me pone la piel de gallina cuando lo digo. Yo era una piba que hablaba, mis viejos estaban presentes, fui cuidada, por eso creo que pude reciclar todo eso.
-Hoy los deportistas se animan más a hablar de salud mental.
-Gracias a la obra, me invitaron a hablar de salud mental y contar mi experiencia ante el Comité Olímpico. Yo escuchaba que decían: “¿Dónde están esas familias, que no las cuidan?”. Y la verdad es que yo pude reciclar un montón de cosas gracias a mi familia, a que siempre tuve amigos por fuera [del deporte]. Un círculo de contención y de vidriera de otras cosas, de otros estímulos, de otros mundos. Por eso puse en valor que la familia es víctima también, porque por primera vez tiene un hijo deportista de alto rendimiento, con todo un relato y un bombardeo exista de lo que significa representar al país. No me peleo con todo esto, para mí está buenísimo, pero también está bueno ver la radiografía. La medalla no es salvación.
-También la presentaste en el CeNARD.
-Fue impresionante. Ese día conecté con mi Gabi chiquita; tuve un diálogo interno, como decir: “Mirá lo que finalmente hiciste con eso que no pudiste nombrar en su momento”. En la obra cuento que todos los días me pesaban y tenía que bajar 100 gramos todos los días, y así baje nueve kilos. Tuve mucho desorden alimenticio, anorexia, bulimia. Ese gimnasio en donde me pesaban era exactamente abajo de donde yo hice la obra ese día. Además, en la platea estaban mi hijo, mis papás, mi abuela, mi hermano, el que era mi novio de gimnasia en ese momento, algunas excompañeras y muchos deportistas. Después, se generó un debate espectacular.
-¿Qué hiciste después de dejar la gimnasia?
-Hubo un año en donde hice de todo, en la mochila ponía el equipo del Comité Olímpico para las clases como entrenadora, iba con la maqueta de arquitectura porque estaba cursando el CBC y había empezado la formación profesional en la escuela de circo de La Arena, y también formaba parte de la compañía. Después, fui desmalezando y continué por ese camino. Lo último que sostuve del deporte fueron las clases de entrenadora. Yo estudié para ser entrenadora porque sentía que todo eso vivido era una información súper valiosa para poder cambiar cosas desde adentro, y me gusta mucho lo pedagógico. Algunas cosas sentía que las podía hacer diferente, pero hubo un día en que dije qué hago acá, porque con lo que no estaba de acuerdo era con incitar a los niños a competir. Ya había empezado a dar clases de acrobacia para niños en circo y siempre digo que la imagen que me quedó es que me mudé de ecosistema.
-¿Cómo llegaste al circo en particular?
-Ya tenía lo teatral y todo eso porque me encantaban las exhibiciones, improvisar. En un momento de la obra menciono que había una compañera a la que le gustaba mucho imitar a Luis Miguel y a Tusam, pero en realidad era yo. Después, a eso de los nueve años trabajé en unos espectáculos que se hacían en el Parque de la Costa, donde actuaba una vez por semana y era feliz, plena. Eso me quedó marcado en el pecho. Estaba todo lo que está en la gimnasia, pero lo que no estaba era que si algo fallaba no pasaba nada.
Mi hermano, que es un gran referente para mí y muy compañero, me decía que probara con el circo. Yo le decía que no, pero se ve que tenía una imagen del circo como la gimnasia, que el entrenador te exigía, te retaba, opinaba de tu cuerpo, había que ser flaca y linda, y que estaba en riesgo el físico. Y algo que detecté hace poco, que es re loco porque hice muchos años de terapia, es que en mi infancia y mi adolescencia convivía con el miedo a morirme haciendo gimnasia.
-Dejar de ser gimnasta y convertirse en artista, ¿te cambió a nivel personal, en tus vínculos, tu manera de relacionarte?
-Cambió todo. Cuando hacía gimnasia, en algunas cosas era un poco sapo de otro pozo, no era mi esencia. Entonces, este cambio fue espectacular, y también muy doloroso. El circo viene de una antropología más freak, donde se valorizaban las rarezas, lo particular. En contraposición a la gimnasia, donde todas teníamos que ser de una forma, un poco más flacas, más perfectas, en el circo dejé de esconder mi espalda enorme. Pude abrir y empezar a experimentar ese verdadero yo.
Consagrada, el fracaso del éxito, con Gabriela Parigi (dirección de Flor Micha). Funciones: miércoles 29 a las 20.15, en el Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343). Marzo y abril: domingos a las 20 en Timbre 4.
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