La tarde en la que a Jaminton Campaz le dijeron que jugaría en la Primera de Deportes Tolima, se vistió con la ropa oficial y así se quedó hasta el otro día. Tenía 17 años y venía rumiando ese momento desde que tenía “ocho años, más o menos” y su hermano Mike comenzaba a disputar los primeros de los 148 partidos con esa misma camiseta.
Su presente en Rosario Central es el resultado de un sacrificado comienzo, con las mismas privaciones que su hermano Mike. A ambos los crió su madre, junto a otros cinco hermanos. En casa de los Campaz, no había padre. “Empecé en una playa y descalzo. Mi familia es toda futbolera y saqué ese don y lo he aprovechado muy bien”, resume el delantero en una conversación con Pipe Bustos en su canal de YouTube.
En la arena de Tumaco, Campaz andaba descalzo. En la arena y en todos lados. Eso es lo que más extraña de la vida que llevaba antes de ese debut en Tolima, el puntapié de una carrera que lo llevó a Gremio y de allí a Rosario donde logró recuperar el nivel que no pudo mostrar en el club brasileño.
El colombiano es una de las cartas que el Canalla tiene para intentar llegar a final de la Copa de la Liga Profesional. El club hizo uso de la opción de compra por la mitad del pase en 2 millones de dólares e intenta mejorar el contrato para que renueve para las próximas temporadas.
Campaz con la camiseta del Tolima, ante Franco Rodrigo Fragapane, de Talleres, en un partido por Copa Sudamericana. Foto EFE/ Hernan CortezUna de sus características es la pegada. La clave está en la arena y los pies descalzos. “No sé cómo le pego, yo pateo y baja”, dice y señala los tres dedos del pie izquierdo: no le pega con el empeine porque tiene la sensación de que se va a lastimar.
Igual que los dedos de las manos, se trata con una manicura. Así lo supieron los rosarinos a 48 horas del clásico: junto a Dannovi Quiñones, otro colombiano del plantel, Campaz fue a un local a “hacerse las manos”. Llovieron las críticas y los memes: ni en un cuento a Fontanarrosa se le hubiese ocurrido tanto.
En aquella entrevista colgada en YouTube, Campaz recordó sus comienzos y a contramano de lo que podría prejuzgarse –que porque su hermano fue un reconocido jugador tendría el camino allanado y la cuestión económica resuelta-, podría “ganarse” su lugar en el fútbol. Ni eso ni que su primo fuera el también reconocido Darwin Quintero le abrió las puertas.
En un torneo juvenil en Cali un ojeador del América lo invitó a una práctica. Se mudó a casa de su tío y comenzó a practicar, pero nadie le decía si quedaba o no. Cansado de esperar sin respuestas, volvió y decidió tomarse revancha en el Deportes Tolima. Y quedó.
Lo primero que hizo fue pedirle a su hermano que le costeara el viático para ir a los entrenamientos. “Él tenía la facilidad de darme 3 mil o 5 mil para el pasaje y me decía: ‘no, si usted quiere eso, vaya a entrenar caminando. Salga ya, camine’. Y yo, enojado, caminando y diciendo ‘no me dio para el pasaje’. Y mi mamá lo mismo: ‘pues aquí no hay, le tocó caminar’ y caminaba”, recuerda.
En Colombia, los futboleros dicen que nadie que salga de Deportes Tolima logra triunfar en otra liga, que ningún futbolista los representó en las grandes. “Yo salía de la escuela para el ‘entreno’ y pensaba en eso. Jugué con muchos compañeros tolimenses y lamentablemente son muy pocos los que logran llegar. Yo caminaba y pensaba en eso, en ser quien llegara a la cima”, admitió su ambición, cuando todavía era un adolescente incipiente.
Desde entonces, sueña con triunfar. Con un triunfo que vuelva pequeño el actual. Como si pensara en algo así como «hoy Rosario, mañana el mundo», Campaz no se achica ante los desafíos mayúsculos. Ni se los calla.
«Sueño con dar un salto más en mi carrera, todo jugador trabaja para eso. La verdad es que me gusta mucho el Real Madrid, quisiera saltar de una vez allá. Igual, las cosas no se hablan, se trabajan. La idea es jugar con (Karim) Benzema», soltó sin pruritos.
La primera señal de que su plan marchaba sobre rieles llegó con la convocatoria para el Sudamericano Sub 17 que se jugó en Chile entre enero y febrero de 2017. Jugó nueve partidos y metió tres goles. De regreso a su país, volvió a la cantera del Tolima y unos meses después, lo llamaron para entrenar con el primer equipo.
Llegó al entrenamiento, pero no había fútbol. Puro físico. Completaba las pasadas con el grupo de profesionales y se preguntaba cuando llegaba la hora de la pelota, pero se multiplicaban las rutinas que dictaba el preparador físico. Cuando el resto se fue a las duchas, le pidieron al joven futbolista que se quedara para intensificar algunos ejercicios…. sin pelota.
“Yo preguntaba por qué tanto físico, pero no me daban respuesta. Y cuando terminé me dan la noticia: el sábado iba a jugar. Le pregunté: ‘profe, pero si no hice otra cosa que correr, cómo que voy a jugar’ y me dijo que ya me había visto en el sudamericano, con la selección, que ya sabía cómo jugaba, pero que quería estar seguro de que podía aguantar el ritmo de un partido profesional”, recuerda.
Ese día se fue a la ducha y volvió a su casa vestido con el uniforme que le dieron, el de los futbolistas profesionales. Llegó vestido y le dijo a su madre la novedad y quería que fuera a la cancha a verlo y que si tenía la suerte de hacer un gol, se lo dedicaría.
Y sin sacarse la ropa esperó a que llegara el otro día. Jugó con la camiseta número 11 y cada vez que había un cambio, esperaba que no fuera el suyo. Al menos hasta antes de hacer el gol, el segundo de la victoria 3 a 0 ante Tigres, el que le dedicó a su madre.